Wednesday, September 22, 2004

II

Toco...

Ella fumaba como loca y estaba loca, completa, diametral y definitivamente loca, veía del mundo sólo los rincones, veía de mis ojos, sólo lo esencial, podía; según sus propias palabras,

“... Ir deshojando uno a uno los trajes superpuestos,

hasta llegar al centro de la piel única...”

Estaba tan atormentada como yo, eso nos unió, su perspectiva distorsionada del suelo, elevándose más allá de la cordura y mis manos que no podían tocar; el mundo era entonces un lugar peligroso, por eso viviamos y estábamos adentro;

Ambos...

Juntos...

los dos...

Prisioneros de un sueño artificial que no podíamos controlar, intentando saltar fuera de un mundo que construimos con detenimiento y al que no pudo entra nadie más; salvo ella, salvo yo, tocando las paredes, recorriéndolas a ciegas con las manos, encontramos un túnel que unía nuestras habitaciones, un pasadizo secreto que nunca quisimos cerrar, entonces; mis manos, éstas de no tocar, tocaron nuevamente, cansado, terriblemente cansado por la nueva sinapsis, me elevaba mientras ella aterrizaba de su viaje diario y en un punto intermedio nos encontramos para dormir juntos, ese sueño clandestino; no estaba bien visto y de hecho nunca nos vieron, tampoco nos escucharon hasta que se fue y mi cuerpo gritó con toda su fuerza, abierto, completamente abierto, respondiendo inconteniblemente a ese llamado de piel dispuesta, extrañando ese cuerpo que atendía con espasmos mi súplica, que se deshacía en medio de la torpeza de mis manos.

Ale.

Buenos Aires Septiembre 21 – 04

Monday, September 20, 2004

I


Escucho…
Un perro ladra en la noche, un gato husmea en la basura, una pareja calla en la plaza; los escucho, él fuma, da una calada tras otra mientas ella pestañea, escucho el roce de los parpados y el golpe al cerarse, me aturde el sonido de la flama, viene a mi cabeza una noche de motel el roce de las nubes que se abren muy lejos para dejar entrar el día, viene a mi cabeza el silencio luego de que todas las palabras y las caricias se han gastado, cada gesto es un discurso, la llave de la ducha a medio cerrar y el sonido lejano de una ciudad que sin saberlo comienza a despertar.

Los oigo con claridad, la mirada de ella se vuelve liquida gotea, se derrama sobre el suelo, se desliza sobre el asfalto esculpiendo nombres prohibidos, corre su sangre tan rapido que casi no toca las paredes de las venas, estan vivos y no lo saben y no lo sienten, su dolor crepita, vibra, convulsiona, se transfoma en un grito que solo yo puedo oir, se cada una de las cosas que inútilmente callan. Se miran en silencio, recorren sus bocas con una caricia lenta, añoran esos labios que se iran por largo tiempo, invocan un beso entrecortado que se diluye lentamente en una sustancia viscosa, tendrán que esperar un par de años para volver a encontarse, lo saben y cantan para soportanr el miedo, escucho la canción interpretada sin mucho virtuosismo, una canción, su canción, la de mirarse clandestinamente, la de creer amarse hasta la locura, una cancion que va ganando peso y cae , una cancion que se estrella contra el piso rompiéndose en mil pedazos.

Un corazón se agita, otro se detiene, se anulan, se cancelan en silencio, mietras el perro ladra y el gato encuentra; mientras un borracho habla en lenguas muertas y el mar, ese mar de él, ese mar de ella arremete con fuerza tratando de llevarse el dolor.

Distancia, tiempo y soledad, soledad aguda, creciente; amor bajo, sordo, espeso; propagandose, conviertiendose en una especie de onda expansiva y aterradora.

Oigo pasos, alguien se acerca, se detiene, acecha; espera; ve su nombre dibujado en el asfalto y sonríe; los músculos de su cara se distensionan y parecen un acorde disonante de espineta medieval y profana.

Ale.


Buenos Aires sept 17 de 2004