Wednesday, May 25, 2005

Instant-Táneas


Fito Páez

Instantáneas de la calle
veo una separación, un choque
un estallido, una universidad,
viven haciendo las pases
hay un chico que se escapa
un toro, una señora, un cielo, un capitán
y yo sigo con vos
sabés
se hace difícil seguir anclado
aquí sin tu amor.
Instantáneas de la calle
hay dos tipos en la esquina
uno hace una seña, el otro que se va
hace frío en Buenos Aires
música en los automóviles
caen del walkman gotas de humedad
y yo sigo con vos
sabés
se hace difícil seguir anclado aquí sin tu amor.
Ya sé, siempre soy yo
andar siempre buscando
y siempre volviendo a tu corazón
y pienso que estamos al borde
al borde de un cielo sin sol
después no hay retorno
ni tiempo mi amor
y el circo se va de la city
y Olmedo se ríe de todo
después no hay retorno ni tiempo mi amor.

En Una especie de rapto, en Buenos Aires.
Un grito atorado
Atravesando
el cielo y los dias
que de alguna manera son lo mismo.

Por tí...
Para tí...

Alejandro

Mayo de 2005

Tuesday, May 24, 2005

OTOÑO...

BARBARA.

Otoño, siete grados de temperatura y los mismos exactamente los mismos de sensación térmica, la calle, la tarde, la gente; un taxi. Bárbara sube, tiene cuidado de no levantar mucho la pierna, recuesta la cabeza contra la ventana y deja que del otro lado, la ciudad siga pasando. Abre la cartera saca un espejito , desliza la yema del dedo del corazón por debajo de su ojo derecho arrastrando las partículas del rimel que se han cristalizado allí. Suena el celular, el taxista mira por el retrovisor, sonríe.

MANUEL

La mano duda frente al fichero, Manuel siempre creyó que solo pasaba en las películas de carretera. Número 43, la mujer entrega las llaves y dos condones. Manuel paga 27 pesos por adelantado y sube por las escaleras, se cruza con una pareja que termina en la escalera lo que comenzó a la tarde.

EL ENCUENTRO

Los siete grados se transforman en lluvia, en viento, “el señor la espera...” Barbara, medio mojada, Sonríe y atraviesa el pasillo, la mujer del mostrador la mira con ternura, mientras Bárbara se sacude el pelo, con un ligero movimiento de sus dedos. Siempre tuvo el pelo corto, pensó en que algún día se lo dejará crecer.

Nada había cambiado en 15 años, los 27 pesos eran proporcionales a los 7 u 8 que pagó cuando estuvo allí por primera vez, ese DIA también llovía y la tormenta fue el pretexto maravilloso para entrar, desde entonces siguieron haciéndolo cada tanto; 1 vez por semana antes de casarse, 2 veces por mes antes del primer hijo y despues infaltablemente cada 22 de mayo, justo a mitas del otoño, en su aniversario. El lugar le resultó familiar, aunque esta vez la sensación fue diferente, siempre habían llegado juntos, hasta ese momento, esa habitación, la 43; era impensable sin ella. Manuel se sentó en la cama y olfateó sin aspirar muy profundo, dejaba entrar pequeñas cantidades de aire y las sostenía justo en el borde de las fosas nasales, recordó lo que hacia ese amigo de su papá que decía ser catador de vinos, recordó como mojaba apenas los labios en el liquido tinto, dejando que delgadísimas pero profundas corrientes de aire entraran simultáneamente por boca y nariz, entonces fue capaz de sentir los contrastes, cerro los ojos y casi pudo verlos, los olores viajaban por el aire como pequeños retazos de colores, ondulantes capas que iban y venían tocándose y repeliéndose, fundiéndose en espirales lechosos que tendían al reposo, siempre al reposo, se quedo quieto, muy quieto los vio sostenidos en un punto muerto, pero con el mover de una mano, de un solo dedo comenzarían a desplazarse. No lo hizo.

El ruido de los nudillos estrellándose sutilmente contra la madera de la puerta lo sacó de ese viaje sideral y denso, un golpe, seguido de otro, una pausa, una duda; se levanto aflojándose el nudo de la corbata, abrió la puerta y sonrió. Tanto tiempo había pasado? Se preguntó, tenía el pelo más largo, mucho más largo, un botón de la blusa abierto con premeditación, en el taxi, pensó...Se inclinó sobre ella dejando descansar todo el peso de su cuerpo sobre la curva de su cintura, ella cerro los ojos y se estremeció dejándose besar. La puerta se cerró violentamente y el estado de reposo se rompió.

“... Manuel siempre fue igual, tan detallista. Hay una diferencia entre ser detallista y pretender serlo; el nunca la entendió... Cosas mínimas... bueno en la cama, muy bueno en la cama...” Barbara piensa parada frente a la puerta de la habitación, mira la puerta contigua, hace una pausa y toca, espera, nadie responde, vuelve a tocar, mira la puerta del al lado y vuelve a la suya, no hay duda, es la 44, acerca su mano al picaporte y este cede, la habitación esta en una semipenumbra medio ritual.

Esperaba otro olor, ese dulzón ochentero de la Drakar Noir, esta vez era olor como a rosas, una mano la tomo por la cintura, en un gesto un tanto atrevido, hay caricias de caricias y esta fue atrevida, dado el estremecimiento, “... quítate los zapatos ...”, le dijo una voz al oído, accedió.

Manuel sirvió dos vinos, a Karen siempre le gusto el vino, se sentó a una distancia considerable, entrar y salir, desconcertar, una táctica maravillosa, que a decir verdad le funcionó únicamente con Karen, ella encendió un cigarro y cruzó la pierna sentada al borde de la cama, Manuel levantó la copa y brindó “... Por los viejos tiempos ...” , ella replico casi de inmediato, “... Por lo que pudo ser ...” Manuel retrajo cada músculo de su rostro, recordó que la quería, recordó haberla esperado, cruzó la pierna y bebió con torpeza, un hilo del líquido escurrió por la comisura de su boca y le manchó la camisa, Karen se acercó y le lamió los labios, esa distancia la excitaba, siempre le pasó, esa torpeza, ese dejarse abrumar, arremetió y se le abalanzó encima, una de las copas cayó al piso y se desintegró en millones de pedazos contra el piso de madera.

El sonido en la habitación de al lado, rompió momentáneamente la magia del camino de pétalos, Bárbara abrió los ojos y volteo violentamente, su rostro se contrajo en una especie de reproche silencioso, se repuso, cerró los ojos, tomo aire y apretó un mechón del pelo de Sebastián entre sus manos y lo beso con violencia, dando tumbos, tropezando, siempre al borde llegaron a la cama, el borde de madera de la cabecera golpeo contra la pared, al principio arrítmicamente, poco a poco fue ganando en armonía, sincrónico, progresivo, casi por compases determinados que del otro lado de la pared se reflejaban en las manos de Manuel que se debatía entre la violencia y la ternura, mientras Karen parecía reptar sobre las sabanas finas pero gastadas, con la boca entreabierta, jadeando, respirando con dificultad, sosteniendo el grito, por un poco de pudor, un grito que Manuel impulsaba con la presión de su vientre contra el de ella, una exhalación aguda agudísima, contenida durante 12 largos años, desde que se levanto de la mesa de un bar en Corrientes y salió sin cerrar la puerta ni volverse a mirar; dejando atrás, la posibilidad de volver noches como esta parte de la rutina y el cansancio, tres intentos mas y luego el envión, la carne desgarrando la carne y las uñas dejando marcas, grabadas para una nueva historia que Manuel sabía sería corta, demasiado corta. El grito por fin salió; atravesó la pared delgadísima y se incrusto en medio del pecho de Bárbara, que para este punto ya cambiaba de posición, girando sobre su propio eje, remontándose con agilidad sobre esa mole de carne que deseo y abandonó, que sepultó con justificaciones que ella misma jamás pudo creer, abrió los ojos, vio su cartera pequeñísima sobre la mesa de luz, abierta, ligeramente abierta, recorrió con la lengua el vértice anguloso de la cara, apretó con fuerza los músculos de la nuca, sintiendo la fuerza que el fenotipo indoeuropeo le devolvía sus manos, respiro con fuerza, esa fuerza se convirtió en aire comprimido, y se levando como una ola apretando con fuerza entre sus piernas la cadera que apenas y cedió, descargó el peso de su cuerpo en las manos y las manos contra la pared, que de ser posible en cualquier momento se iría al suelo.

Manuel empujando con fuerza, Karen quejandose, relamiendose, karen aferrándose con fuerza a los parales de la cama, Manuel sosteniendo con ambas manos el peso de la pared que desde la otra habitación, desde la 44 se inclinaba hacia el.

Sebastián abrió los ojos, tratando de encontrar la mirada de Bárbara, la llamó por su nombre, con el poco aire que sus pulmones lograban retener. Bárbara lo miró con furia, como ausente, como reclamándole el haberse ido, el haberle hecho caso, el haberla dejado, se inclinó sobre él, le mordió los labios hasta hacerlos sangrar, contrajo los músculos del bajo vientre , mientras subía y bajaba con desaforo, sintió morbo, mucho morbo, masturbándose y complaciéndolo, jadeo con descaro y vio la cara absorta de su madre en una mancha de humedad, se dejo caer y lo besó.

La lengua de Manuel recorrió la espalda de Karen, se detuvo en la imagen de los vellitos que se veían como en las pelicular, erizados y a contra luz, empujaba la cabeza de Karen por la nuca, hundiéndola en la almohada, dejaba que sus dedos se enredaran en la maraña de pelo revuelto y mojado, el corazón le latía con una frecuencia incontable mientras ella volteaba la cara para respirar, tratando de mirarlo y agradecerle el estarla matando, el estarla lastimando, el estarla usando de manera tan baja y placentera, lloró un poco y nunca supo porque, lloraba de felicidad, porque lo sentía adentro, después de tantos años nuevamente adentro con esa violencia que solo el tenia, sintió miedo, un miedo conocido que siempre terminaba en un abrazo muy fuerte y un cigarro compartido. Los ruidos de la otra habitación la excitaban, era como si por momentos estuvieran ahí, en ese mismo cuarto, escucho en gemido, sordo, el definitivo, lo sintió como suyo y lo prolongo exactamente en el mismo tono, con la misma fuerza y bañada de la misma humedad, fue Bárbara por un instante y Bárbara fue ella, mientras los dos hombres se daban la mano y aunaban fuerzas para salir del pozo sin fondo y húmedo en el que transitoriamente habían caído.

Lo inevitable.

Karen se levantó de la cama, camino desnuda a través del cuarto, esquivando las esquirlas de vidrio que parecían haber caminado hasta los rincones mas absurdos de la habitación, Manuel la observó con cariño, deslizó la mano hasta el cajón de la mesa de luz, lo abrió sacó un frasquito diminuto, del piso recupero una de las copas, la única que quedaba y dejo caer todo el contenido blanco y ligeramente aceitoso, lo diluyo en vino e hizo girar el contenido, dejó sobre la mesa la copa, mirando como el contenido hacia un espiral y remolino que del centro jalaba hacia el fondo, subiendo por fuera como trepando los bordes. Bárbara abrió su cartera, sacó un frasquito, mientras Sebastián se empeñaba en uno de sus pechos, mordiendo espasmódicamente el pezón, acariciándolo con la nariz, Bárbara le acariciaba la cabeza con una mano, mientras con la otra dejaba caer en el otro pezón algunas gotas de líquido blanco y ligeramente aceitoso, con el dedo índice lo esparció, alrededor de la aureola, subiendo y bajando del pezón que se deshinchaba lentamente y descendiendo en círculos, haciendo caminitos hasta el ombligo en donde dejo que un poco se apozara, Sebastián levantó la mirada, Bárbara alcanzó a dudar un poco, pero Sebastián cerró los ojos entregado, Bárbara le dirigió hábilmente la cabeza, que no dudo un segundo en comenzar a beber. El extraño sabor amargo fue suavizado con una mirada tierna de Bárbara que dejó caer una lagrima.

Con algo de esfuerzo Bárbara logró desplazar el cuerpo cada vez mas inerte y frió de Sebastián, miro con morbo su expresión, felicidad fue lo único que encontró, recordó haber visto esta mirada muchas veces y secándose las lagrimas del rostro se levantó a abrir la puerta, alguien desde afuera tocaba con apuro, Manuel que a medio vestir arrastraba el cuerpo inerte y hermoso de Karen. Bárbara sintió celos, sintió celos por última vez.

Bajaron la escalera, se besaron, como lo hacían cada año, en el mismo escalón, Manuel se acercó al mostrador devolvió la llave, dio las gracias y juntos, de la mano salieron a la calle en donde la lluvia había pasado y los primeros rayos de sol evaporaban las ultimas gotas sobre el pavimento.


Alejandro Matallana.

Buenos Aires Mayo de 2005.